

Lo que soy y lo que me conviene ser... Lo que deseo y lo que desearía no desear...
Tengo la cabeza, y me temo que el alma, descabaladas... girando en caida descontrolada como una piedra muy angulosa ladera abajo... entre matojos, chocando contra árboles jóvenes, desprendiendo tierra y otras piedras... Llegando a un punto en que se esconde de mi vista, pero sigue cayendo: yo aún veo cómo en su paso agita las hierbas amarillas de éste verano. No veo ya rodar la piedra no hecha para rodar, pero sé que sigue cayendo aunque a duras penas, pues la pendiente es pronunciada y ni su naturaleza irregular ni los obstáculos la detienen...
Pues claro que no es una preciosa imágen salida de mi fértil creatividad. Jugué a tirar piedras así el otro día, con mi sobrina. Bromeábamos. Volvíamos de pasear absurdamente para matar el tiempo, a la caída de la tarde, cuando el sol ya no abrasa, por la carretera a las afueras del pueblo. Mi hermana, su padre -mi cuñado- ella y yo. Necesitamos muy poco para partirnos de risa, y acompañábamos cada piedra -cada vez más grande, cada vez más angulosa- de comentarios absurdos de ese humor absurdo que -gracias, Dios mío- compartimos todos en la familia.
Ése tipo de actividades/juegos/tonterías siempre han rescatado mi sensibilidad más poética del fondo de lo inadecuado-para-enseñar-en-público. Y siempre me dejan durante instantes de duración variable como atontolinao... Recuerdo perfectamente que en los días de campo de hace veinticinco y treinta años atrás, la hoguera que hacía mi padre para asar chuletas y sardinas y que quedaba rescoldando durante toda la tarde podía mantenerme quieto ante ella exáctamente con el mismo poder hipnótico con el que veo ahora a mis sobrinos ante la pantalla del ordenador, ante la consola... Un río de alta montaña, en mis campamentos de verano, con su tintineo precioso, su olor fresco a hierba agua pez y piedra, conseguía lo mísmo: sus burbujeos y su transparencia acristalada me ataban el cuerpo, lo inmovilizaban... pero a la vez yo me iba libre de viaje por dentro mío... Montaba en la nave de Viaje Alucinante, y lo que exploraba a fondo quedándome extremadamente quieto, era el organismo todo del agitado mundo...
Las llamas, el agua, tirar una piedra por una ladera... Hacer dobleces de origami inventado en un fólio, desdoblarlo, ver en él la cubierta fantástica y ligera de una iglesia, de un edificio futurista -ésto era, supongo, el gérmen de aquel proyecto mío imposible de ser arquitecto-...
Cuando hacía monerías en el salón de actos del colegio, en las fiestas de fin de curso o en Navidad, recuerdo que las otras madres le decían a la mía, a modo de halago raro "Con éste chico no debe aburrirse usted nunca!" Y recuerdo a mi madre contestando "yo no me entero de que tengo hijo en casa"
El hijo estaba con la baraja de cartas, el dominó, el tente o el exín castillos, quieto en la alfombra, viajando lejos...
Eran viajes maravillosos. Como soy el mayor éxito que las campañas antidroga de éste país han conseguido nunca, no se si lo que llaman "viaje" dentro de ése entorno es mejor o peor que lo que yo me metía simplemente con mirar con fijeza un cancho transmutado en altísima montaña, cubierto de gigantescos bosques de robles y castaños -en donde los robles eran en realidad líquen, y los castaños, musgo-... El niño escríbia poesía. Cómo no iba a escribirla, con esos chutes que se metía? Era verdaderamente un reino. Era mío, y en él estaba siempre sólo. Hubo un par o tres de amigos -Luismi, Tomás, Juan Pedro...- que compartían un poco todo eso durante un pequeño espacio de tiempo. En seguida dejaron de estar. No se si les eché yo. No se si ver aliviada aquella soledad poderosa me molestaba más de lo que me agradaba no ser un bicho raro...
Entre los tiestos de mi madre, en el balcón... tenia un clic de famobil/mosquetero que podía pasar perdido en la jungla largas tardes sin aburrirse. Rescato ésa parte en concreto, sin mosquetero, en mi casa de ahora, en mi terraza. Por eso me gusta desayunar una manzana a mordiscos allí subido, y por eso las riego todos los días al caer el sol, quizá más de lo debido. Para pasar tanto rato como puedo entre el áloe, las calas, las lobélias, los iris germánica, el mandarino, el aguacate, el manzano, el cactus moribundo del Enano Hijodelagranputa, el rosal... y todos los bulbos y rizomas de anémonas, ranúnculos, gladiolos, freesias, tulipanes y jacintos que ahora estan secos, pero que entre febrero y mayo...
Y se dan fogonazos. Y quizá no crezca -no crezca "mal" quiero decir- del todo mientras esas lumbrecitas aparezcan. Ni mientras siga empeñado en buscarlas, por más que cuando me pongo ahora ante una hoguera, veo un río o hago casitas de Heraclio Fournier ya no me exilio de inmediato, tan gozosamente, con esa increíble facilidad...
Verás, Liz... Aquí las normas las pongo yo y las rompo yo. Es parte de la búsqueda de mi reino: tener un reino. Aquí debería haber siempre flores azules. Flores vegetales, claro. Tú tienes dos de aurora, que son de color violeta. Bueno... oscilaciones hacia el morado, hacia el turquesa... supongo que se pueden admitir. Y si no son admisibles, transgredo la norma. Dueño, señor, legislador, sólo...
Aquella piedra rodaba y, sin el esfuerzo que ahora me cuesta fijar la atención para emprender aquellos vuelos, me regaló billete de viaje fugaz, muy breve y muy lejano. De haber estado solo me habría regodeado más. Sin mi sobrina, mi hermana y mi cuñado al lado, riendo, instándome a continuar el lento imparable paseo, hubiera dedicado su buena hora y media quizá dando de comer a ensoñaciones inutiles que me habrían despegado los pies. Pero puede que no hubieran aportado nada más de lo que aportó ese breve fogonazo. No habría sido más revelador. Sólo más bonito... Quien quiere eficacia en un caso así? Vale, los orgasmos duran lo que duran, a la continuidad de la especie no le hace falta más rato de gozo para perpetuarse, y sin embargo... coño, yo quiero más, más largos, mejores!
He rechazado a un amigo al que mimé y malacostumbré hasta que me hartó, y me siento muy culpable de lo que estará sufriendo por mi causa, porque no entiende qué ha pasado. Reaparece otro a quien he consentido de modo semejante, y le dejo que -telefónicamente- se quede en mi vida. Ningúno de mis proyectos parece que vaya a sostenerme económicamente. Empiezo a pensar en la conveniencia de fijar un plazo para que las cosas marchen hacia mis sueños, o claudicar y emprender un proyecto factible, adecuado, gris y convencional con el que pagar mis deudas. Sigo sufriendo como un mono por sentirme el hombre que peor partido saca a su atractivo en el mundo. Ésto útimo no sería mayor problema si no sucediera, además, que quiero acostarme casi con cada tipo de buen ver de entre 15 y 60 años que pasa junto a mí. Mis padres sufren porque no tengo trabajo, no tengo dinero, no tengo novia.
Dueño, señor, legislador, sólo...
La piedra rodaba. Yo ya no la veía. Abajo del todo hay un riachuelo de montaña, con agua fría, poca, transparente, muchos cantos rodados interrumpiéndola y filtrándola...
Allí parará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario